
Ed Kempfer es un criminal serial que se hizo conocido recientemente por la serie de Netflix Mindhunter, donde dos agentes del FBI estudian las mentes criminales. Sin embargo, Kemper ya era famoso en el pasado, gracias a una entrevista con el agente del FBI Robert K. Ressler, uno de los episodios más aterradores de su vida y que le hizo cambiar totalmente su forma de trabajar.
La historia de Ed Kemper

La historia de Kemper es inquietante. Un ser solitario, con un coeficiente intelectual ridículamente alto, que desde muy joven desarrolló un comportamiento sociopatológico. De hecho, su primer crimen fue a los 15 años, cuando le quitó la vida sus dos abuelos con un arma.
Después de eso, fue llevado a un hospital psiquiátrico, donde fue estuvo recluido hasta los 21 años. Una vez libre, fue a vivir con su madre en Santa Cruz, California. Entre mayo del 72 y febrero del 73, cometió seis crímenes más.
En abril del 73, después de varios años de maltrato, Ed Kemper, que ya medía 2,05 metros y pesaba 136 kg, le quitó la vida a su madre y después hizo lo mismo con una amiga de su progenitora.
Al no escuchar ninguna noticia sobre sus crímenes, decidió llamar él mismo a la policía y se entregó. Fue tan educado durante la detención que los agentes llegaron a dudar si realmente era capaz de hacer las repugnantes cosas que confesó.
Sin embargo, Kemper era una persona a la que le gustaba hablar, era amistoso con la policía y los agentes del FBI. Aun así, fue capaz de contar cada uno de sus crímenes, detalle a detalle, sin ningún tipo de empatía.
La entrevista de Robert K. Ressler

El agente especial supervisor y criminólogo Robert K. Ressler, de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI, entrevistó hasta tres veces a Ed Kemper. Sin embargo, fue en la tercera entrevista donde sintió el verdadero terror que transmitía ese hombre.
Kemper estaba en la prisión de Vacaville, en California. Durante la primera entrevista asistió junto a John Conway, y para la segunda fue junto a Conway y su socio Cuantico, John Douglas. Durante esas sesiones profundizaron su pasado y las motivaciones que lo llevaron a sus atroces crímenes.
Ressler estaba tan satisfecho con la relación que había formado que decidió hacer una entrevista en solitario. Se hizo en una celda, justo al lado del corredor de la muerte. Hablaron cuatro horas sobre los actos más despiadados que cometió y estaba tan abrumado que sentía que no podía oír más.
La mesa que habían preparado tenía un “botón de pánico”, el cual alertaría a los guardias afuera para que entraran de inmediato. Sin embargo, cuando el agente tocó el botón, nadie apareció.
Intentó disimular y seguir con la charla normal, pero algún gesto debió aparecer en su rostro, ya que Kemper, sensible a la psique de otras personas, se percató de que algo lo perturbaba. Así que, con una sonrisa, le dijo:
“Relájate, están cambiando el turno, alimentando a los muchachos en el área segura”. Pueden pasar quince o veinte minutos antes de que vengan a buscarte”.
Claramente, la reacción del agente del FBI mostró pánico, a pesar de que el juró que intentó permanecer lo más sereno que pudo. Fue ahí donde Kemper le soltó su aterradora frase.
“Si me volviera loco aquí, estarías en muchos problemas, ¿no? Podría arrancarte la cabeza y colocarla sobre la mesa para saludar al guardia”.
Ressler lo imaginó haciéndolo y todo el miedo se desbordó. Sabía que él no tendría oportunidad de enfrentarse mano a mano con un hombre tan grande, así que tenía razón, podía quitarle la vida en un santiamén.
En un intento de mantener la situación bajo control, le respondió que, si se metía con él, estaría en problemas, a lo que el recluso le respondió:
“¿Qué podrían hacer: cortarme los privilegios de televisión?”.
El agente del FBI hizo alusión al “hoyo”, una celda de aislamiento de períodos muy largos. Ambos sabían que los reclusos que terminan ahí terminan con síntomas de locura, al menos temporal.
Claramente, Ed hizo caso omiso a su amenaza, diciendo que era un experto en estar en prisión, que podía soportar el dolor de la soledad y que no duraría para siempre. Además, todo lo que padeciera en el hoyo, se vería eclipsado por el prestigio que le daría eliminar a un agente del FBI entre los reclusos.
Ressler comenzó a cuestionarse como habría sido tan tonto como para ir solo a la entrevista. Posiblemente había caído en el Síndrome de Estocolmo, se había identificado con su captor, le había transferido mi confianza, aunque había sido el instructor principal en técnicas de negación de rehenes para el FBI.
Recurrió a la falsa amenaza, diciendo que no iría ahí sin algo con que defenderse, a lo que Kemper volvió a reírse, afirmando que nadie lo dejaría entrar con un arma, una afirmación claramente coherente y él lo sabía. Sin embargo, Ressler indicó que a los agentes del FBI se les concedían privilegios especiales que los guardias comunes, policías u otras personas que ingresaban a prisión.
El criminal volvió a reírse y empezó a preguntarle lo que había llevado. Insistió por unos minutos, hasta que se acercó al agente y le colocó una mano en el hombro:
“Sabes que solo estaba bromeando, ¿no?”
Un escueto “claro” salió de sus labios y dejó escapar un suspiro profundo. Los guardias aparecieron 30 minutos después.
Desde ese momento, Robert K. Ressler se aseguró de no volver a ponerse en peligro a él ni a ningún otro agente del FBI durante una entrevista. La política de la agencia cambió y dejaron de entrevistar criminales peligrosos totalmente solos y empezaron a asistir en parejas.
Pingback: Pedro Rodrigues Filho, el “Dexter” de la vida real