
Lo mejor y lo peor del siglo XX están resumidos en esta ecuación: 3H2 + N2 <=> 2NH3. La controvertida fórmula corresponde a la Síntesis de Haber, creada por Fritz Haber, el proceso químico que produce amoníaco a partir del nitrógeno presente en el aire y que salvó al mundo de la hambruna gracias a la creación artificial de fertilizantes. Sin embargo, esta ecuación provocaría que se creara una de las armas más terribles de la humanidad…
El milagro de Fritz Haber

El milagro de producir “pan del aire” fue realizado por el químico alemán Fritz Haber, quien dedicó años a aprovechar el nitrógeno atmosférico y transformar las tierras áridas y agotadas del centro de Europa en campos fértiles capaces de alimentar a su hambrienta población.
A principios del siglo XX, Alemania carecía de fuentes naturales de fertilizantes para mejorar sus cultivos, mientras que en la costa del Pacífico de Sudamérica había abundancia de estos recursos. La producción natural y gratuita de nitratos se debía a la concentración de excrementos de aves en las zonas costeras. El guano, una palabra quechua que significa abono, era exportado desde Chile hacia una Alemania que cada vez tenía más dificultades para alimentarse.
El descubrimiento de Haber y el respaldo industrial de la poderosa firma BASF permitieron la producción industrial de amoníaco en los primeros años del siglo XX, lo que evitó que miles de millones de personas murieran de hambre en lo que se conoció como la revolución verde. Se estima que hoy en día, dos de cada cinco seres humanos deben su existencia a los fertilizantes desarrollados por este científico.
La síntesis de Haber sigue siendo el único proceso utilizado para generar las 225 millones de toneladas anuales de amoníaco producido en el mundo en 2017, y proporciona el 99% del nitrógeno inorgánico utilizado en la agricultura.
La creación de Fritz Haber también es responsable del 40% de la producción global de hidrógeno, que es el elemento más simple que existe en el planeta, compuesto por un protón y un electrón. La importancia del hidrógeno radica en su capacidad como portador de energía, similar a la electricidad.
La química del mal

El lado oscuro de esta historia se entrelaza con la geopolítica de la época. Los conocimientos de Haber resultaron fundamentales para la participación de Alemania en la Primera Guerra Mundial, ya que los nitratos obtenidos del amoníaco eran esenciales para la fabricación de bombas y proyectiles. Así lo explicó el farmacólogo estadounidense Ryan J. Huxtable.
Fritz Haber era un judío nacido en una próspera región que hoy pertenece a Polonia. Su inteligencia y ambición lo llevaron a estudiar Química en Berlín, donde, a los 24 años, se convirtió al cristianismo para eliminar cualquier obstáculo que pudiera interferir en su carrera científica.
Era un hombre apasionado y contradictorio que no dudó en firmar un manifiesto en apoyo al militarismo alemán en los primeros días de la Primera Guerra Mundial, a diferencia de su amigo y colega Albert Einstein, quien consideraba la guerra un acto de locura.
Haber abandonó todas sus investigaciones agrícolas y se concentró en la ciencia militar. “De todos los científicos involucrados en organizar los esfuerzos de guerra de Alemania, él fue sin duda el más importante. Entre 1914 y 1916, aumentó la producción industrial del nitrato de sodio utilizado para fabricar explosivos de cero a 25 millones de toneladas al mes”, afirmó Huxtable.
Ese mismo año, Fritz Haber introdujo el uso del gas cloro en la batalla de Ypres, lo que marcó un hito en la historia de la guerra química. Si bien no está claro cuántos murieron a causa del gas, las cifras estimadas oscilan entre 1,000 y 10,000. Lo que es indiscutible es que miles de combatientes y civiles en las poblaciones cercanas quedaron afectados de por vida debido a la toxicidad del gas.
Fue en ese momento que Haber se convirtió en el padre de las armas químicas.
El horror de Clara

El cambio de rumbo en las investigaciones de Fritz Haber atormentó a su esposa Clara Immerwahr, una destacada científica judía que en 1900 se convirtió en la primera mujer en obtener un doctorado en Química en la Universidad de Breslavia.
La colaboración inicial de Clara en el desarrollo de fertilizantes de su esposo se transformó en rechazo y horror al darse cuenta de que la ciencia estaba siendo utilizada para destruir vidas.
Las discusiones entre la pareja se volvieron insostenibles cuando Haber comenzó a probar la letalidad de sus poderosas armas químicas en el frente de batalla. Celebró con orgullo su ascenso a capitán y las felicitaciones personales del Kaiser Guillermo II por su éxito militar en Ypres. Sin embargo, Clara no soportó la vergüenza y se quitó la vida con el arma reglamentaria de su esposo.
Haber se enteró de la herida de Clara pero no permaneció junto a ella cuando luchaba entre la vida y la muerte. En cambio, partió hacia el frente oriental para observar el efecto del cloro en las tropas rusas el 31 de mayo de 1915, dejando solo a su hijo Hermann, de 14 años, a pesar de que el chico fue quien encontró a su madre agonizando en el jardín de su casa.
El laureado padre de los gases mortales

Fritz Haber continuó experimentando con armas químicas. En 1915, ya había probado con el fosgeno, un agente mucho más letal que el cloro, pero con un mecanismo de acción retardado, ya que la muerte ocurría horas después de la exposición.
Otro de los descubrimientos de Haber fue el gas mostaza, que provocaba ampollas y lesiones cutáneas. Aunque los efectos eran extremadamente dolorosos, no siempre resultaban mortales, y quienes lo sobrevivían quedaban semanas convalecientes con heridas que los marcaban de por vida. Los alemanes optaron por mezclar cloro con fosgeno para asegurar el mayor número de bajas enemigas.
Cuando llegó el armisticio el 11 de noviembre de 1918, el uso del cloro, el fosgeno y el gas mostaza desarrollados por Haber había causado la muerte de al menos 90,000 personas y había dejado al menos a 1.3 millones de personas discapacitadas.
Y en una decisión que sigue siendo polémica hasta el día de hoy, la academia sueca otorgó a Haber el Premio Nobel de Química en 1918.
Los miembros de la academia valoraron más las contribuciones del amoníaco a la agricultura que su uso destructivo en una guerra que devastó Europa.
La vida de Fritz Haber, un científico brillante, está marcada por un doble legado. Por un lado, fue un salvador, que continúa salvando vidas más de un siglo después, sin embargo, también es el responsable de miles de muertes que marcaron la historia.