El pasado humano está lleno de encuentros sorprendentes, algunos de ellos grabados directamente en nuestro ADN. Un nuevo estudio revela que nuestros ancestros no solo interactuaron con los denisovanos, una especie extinta de homínidos, sino que lo hicieron con al menos tres poblaciones diferentes. Este mestizaje dejó una huella genética significativa en los humanos, especialmente en ciertas poblaciones de Oceanía, que hoy llevan hasta un 5% de ADN denisovano.
¿Quiénes eran los denisovanos?

Los denisovanos se dieron a conocer en 2010, cuando científicos secuenciaron su genoma a partir de un hueso de dedo descubierto en la cueva Denisova, en Siberia. Aunque su registro fósil es escaso, compuesto por ese hueso, una mandíbula, dientes y fragmentos de cráneo, su legado genético es notablemente más rico.
Al principio, los investigadores pensaron que solo los humanos papúes portaban ADN denisovano. Sin embargo, estudios posteriores han encontrado rastros más pequeños en poblaciones del este y sur de Asia, así como en indígenas americanos.
Según la Dra. Linda Ongaro, autora principal del estudio, esto indica que el humano antiguo no se limitaron a un solo encuentro romántico con los denisovanos, sino que la relación fue más compleja y extendida.
Tres encuentros, tres linajes
Los análisis genéticos muestran que los denisovanos se dividieron en varios linajes hace entre 409,000 y 222,000 años. Al menos tres de estos linajes se cruzaron con los humanos en distintos momentos y lugares.
- Primera conexión: Un linaje temprano se cruzó con los ancestros de los asiáticos orientales.
- Segundo y tercer linaje: Otros dos linajes distintos dejaron su huella genética en los habitantes de Papúa y Oceanía.
Cada uno de estos encuentros enriqueció el acervo genético humano con adaptaciones valiosas para la supervivencia en entornos extremos.
Los denisovanos habían habitado Eurasia durante cientos de milenios antes de la llegada del Homo sapiens, desarrollando adaptaciones clave para sobrevivir en condiciones hostiles. Al mezclarse con ellos, nuestros ancestros adquirieron genes que les permitieron prosperar en ambientes adversos.
Tolerancia a la altitud
Uno de los regalos genéticos más significativos es el locus EPAS1, un gen que confiere tolerancia a la hipoxia, o niveles bajos de oxígeno. Esta adaptación es particularmente útil en regiones de gran altitud como el Tíbet, y se cree que proviene de un grupo de denisovanos que se mezclaron con los asiáticos orientales.
Metabolismo lipídico en el Ártico
Otro ejemplo notable de introgresión adaptativa es el haplotipo TBX15/WARS2, presente en los inuit de Groenlandia. Este gen ayuda al cuerpo a descomponer las grasas de manera eficiente, generando calor en respuesta al frío extremo. Según Ongaro, esta adaptación permitió a los inuit sobrevivir en el Ártico, una región inhóspita donde el calor corporal es vital.

Lejos de ser un fenómeno aislado, el mestizaje entre diferentes especies de homínidos parece haber sido una característica constante de nuestra evolución. Los genes heredados de los denisovanos no solo nos conectan con un pasado compartido, sino que también nos recuerdan que nuestra supervivencia y éxito como especie se deben, en parte, a estas antiguas uniones.
Este estudio, publicado en Nature Genetics, arroja nueva luz sobre la compleja red de relaciones entre las especies humanas. Al explorar los ecos genéticos de estos encuentros, los científicos no solo reconstruyen nuestra historia, sino que también descubren cómo estos lazos moldearon la diversidad y resiliencia de la humanidad moderna.
Referencia:
- Nature Genetics/A history of multiple Denisovan introgression events in modern humans. Link.